Arthur's Feet. Cesc Gelabert & Lydia Azzopardi

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En el año 2003, el departamento de actividades educativas y sociales del Festival Internacional de Edimburgo (EIF) invitó al director Cesc Gelabert a trabajar, a lo largo de una semana, con un grupo de adultos con dificultades de aprendizaje.

 

Estos participantes no eran nuevos en el ámbito de la danza, pues tenían ya un recorrido a sus espaldas, y formaban parte de las compañías Indepen-dance, The Travellers y Lung Ha’s Theatre Company. La satisfacción con el resultado de esa serie de representaciones, llevó a plantear la posibilidad de preparar un espectáculo para la siguiente edición del Festival.

En agosto de 2004, nueve bailarines escoceses y cinco miembros de la Companyia de Dansa Gelabert Azzopardi presentaban en el Dance Base el espectáculo Arthur’s Feet. La presencia de la compañía barcelonesa en Edimburgo se completaba con la exhibición de Vienen regando flores desde La Habana a Morón en el Playhouse, y de Glimpse, un solo de Cesc Gelabert, en The Hub.

Dice Gelabert, sobre el proceso de trabajo de Arthur’s Feet: “para mí y para nuestros bailarines fue una experiencia muy interesante. Los asocié por parejas, todos ellos tenían un amigo, un partenaire, que a veces intercambiaban, y de ahí surgieron unas relaciones, amistades y fascinaciones mutuas, con un resultado de una belleza y una ternura extraordinario”.
 
El coreógrafo catalán fue descubriendo en los bailarines escoceses la “extraordinaria capacidad de concentración, una fantasía extraordinaria, y un gran entusiasmo”, una actitud para la danza que hacía que “para ellos, fuera algo total... no una actividad alejada de la vida, o un oficio”. Con las sesiones de preparación del espectáculo, las posibilidades también parecían expandirse para el grupo de gente con dificultades de aprendizaje. Con el uso de la danza como vía de ayuda al desarrollo personal de ese colectivo de personas, Cesc se vio a sí mismo en situaciones felizmente inesperadas:


“Como no soy ningún experto en este tipo de trabajos, les hacía hacer cosas que nunca antes habían hecho, o que nunca se habían atrevido a hacer...”.

En octubre de 2004, Mary Brennan escribía, en Disabilitynow/charitypeople.com, sobre el resultado del proyecto: “un collage de imágenes de vídeo y episodios de coreografía con una rica textura que no se limitaba a destacar un amplio registro de movimientos sino que, además, permitía que todos los participantes mostraran su personalidad y potencial creativo dentro del mundo de la danza, ya fuera mediante la secuencia de un sueño reflexivo o un fragmento desenfadado de razzmatazz colectivo”.  

Para Gelabert, la experiencia fue “una auténtica aventura, un trabajo absolutamente nuevo” que le permitió unir las “dos esferas” que en su actividad conviven y se retroalimentan: la esfera de la “danza en general, que percibe y trata la danza como una actividad para la vida, el bienestar y la salud”, y permite “habitar el cuerpo con el corazón y la mente”, y una segunda esfera, la de la “danza como una forma artística”: la del rito colectivo y el proceso de la conversión en arte.

Ese proceso de trabajo condujo a Gelabert hacia una “comprensión global de la danza”, ampliando los límites de la práctica y la concepción de la disciplina, y ahondando en “la emoción y el sentido con el que damos fuerza a un movimiento mientras lo estamos ejecutando... entrando en la psicología del ser humano que está alimentando esta coreografía”. A estas consideraciones, Gelabert añade una condición que este tipo de proyectos sociales y comunitarios deben cumplir en todos los casos: “la búsqueda de otros caminos, de otras presentaciones, de otras formas de dar vida” no pueden servir al creador como excusa o como subterfugio. “El espectáculo tiene que valer la pena por sí mismo”.