Quiet. Arkadi Zaides
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Quiet surgió de un auténtico estado de emergencia, a luz de la creciente violencia y desconfianza entre comunidades en Israel, constantemente expuesto a estados de choque.
Estos estados nunca dejan el espacio necesario para la reflexión, y entonces nunca permite que el cambio ocurra. En tal ambiente hubo una necesidad urgente para crear una plataforma que permita comunicación honesta; un lugar seguro para dar salida a los demonios de cada uno y dejarlos libre; donde la irracionalidad de la respuesta se examina y las emociones se exploran valientemente; donde se busca una amplia perspectiva y la confianza se construye de forma continuada.
Judíos y árabes, actores y bailarines, el proceso creativo se alimenta de y se inspira en las diferencias entre las realidades sociales y experiencia artística de los participantes. Los cuatro personajes de la pieza desvelan un paisaje lleno de agresividad, compasión, confusión y añoranza. En medio de esta intensidad, reside una búsqueda constante de un lugar capaz de contener todas estas capas conflictivas: un lugar tranquilo – Quiet.
Trabajo con y desde mis intérpretes, nunca imponiendo mi lenguaje de movimiento. Cuando construyo ejercicios de improvisación, pido a los intérpretes que funcionen en dos niveles de consciencia interconectados. En un nivel, el de la mente, al intérprete le pido conectar con un pensamiento, sentimiento o memoria. El otro nivel se trata de conciencia del cuerpo y la información que transmite cinéticamente. Esta información incluye un sentido de ritmo, un sentido dinámico de transformación de la forma y acción física, junto a la capacidad de entrenar los impulsos físicos a ser como reflejos. Le pido al intérprete que siga un hilo interminable, entrando y saliendo de estas dos fuentes de información, observando su experiencia total de cuerpo-mente, y así generando la posibilidad de crear un lenguaje de movimiento original. Este proceso puede necesitar de un periodo de tiempo considerable, ya que se debe conseguir el reconocimiento y conciencia de las costumbres y los patrones de movimiento de cada uno.
Quiet nace de una implicación continua con proyectos sociales en aldeas Árabes en Israel. Durante este periodo, conocí a una minoría a la que se le había obligado a olvidar sus orígenes, pero que constantemente resiste contra este olvido. El poder del arte ha permitido que la gente lleguen a un nuevo entendimiento de quienes son, y les ha acercado a ellos mismos y sus sueños. En este proceso descubrí una joven generación hambrientos de formación, comprometidos e inspirados.
Creo que el movimiento (y no me refiero al movimiento que es ya codificado por normas sociales con su idioma de signos común, sino un movimiento que es personal y surge de un individuo) tiene la posibilidad de hacer un cambio. Cuando ocurre este momento, toda la información personal, emocional, social y política que se recoge en el proceso de trabajo se sintetiza en el cuerpo del intérprete. Sólo en este momento de experiencia verdadera, puede que el público, junto al intérprete sea movido.
Tuvimos el privilegio de representar Quiet delante de diversos públicos, en Israel y fuera, y organizar charlas después de las actuaciones. Estas conversiones, en las que intentamos comunicar detalles del proceso de trabajo complejo, siempre son un reto además de una inspiración. Una respuesta en particular está grabada en mi mente, de una charla que tuvimos tras una actuación en Jerusalén. Uno de los alumnos, un judío ortodoxo, dijo que había muchos puntos durante la charla con los que estaba de acuerdo y otros que no. Pero añadió: “cuando os movíais, algo se movía en mí, y no sé lo que era”.
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Quiet surgió de un auténtico estado de emergencia, a luz de la creciente violencia y desconfianza entre comunidades en Israel, constantemente expuesto a estados de choque.
Estos estados nunca dejan el espacio necesario para la reflexión, y entonces nunca permite que el cambio ocurra. En tal ambiente hubo una necesidad urgente para crear una plataforma que permita comunicación honesta; un lugar seguro para dar salida a los demonios de cada uno y dejarlos libre; donde la irracionalidad de la respuesta se examina y las emociones se exploran valientemente; donde se busca una amplia perspectiva y la confianza se construye de forma continuada.
Judíos y árabes, actores y bailarines, el proceso creativo se alimenta de y se inspira en las diferencias entre las realidades sociales y experiencia artística de los participantes. Los cuatro personajes de la pieza desvelan un paisaje lleno de agresividad, compasión, confusión y añoranza. En medio de esta intensidad, reside una búsqueda constante de un lugar capaz de contener todas estas capas conflictivas: un lugar tranquilo – Quiet.
Trabajo con y desde mis intérpretes, nunca imponiendo mi lenguaje de movimiento. Cuando construyo ejercicios de improvisación, pido a los intérpretes que funcionen en dos niveles de consciencia interconectados. En un nivel, el de la mente, al intérprete le pido conectar con un pensamiento, sentimiento o memoria. El otro nivel se trata de conciencia del cuerpo y la información que transmite cinéticamente. Esta información incluye un sentido de ritmo, un sentido dinámico de transformación de la forma y acción física, junto a la capacidad de entrenar los impulsos físicos a ser como reflejos. Le pido al intérprete que siga un hilo interminable, entrando y saliendo de estas dos fuentes de información, observando su experiencia total de cuerpo-mente, y así generando la posibilidad de crear un lenguaje de movimiento original. Este proceso puede necesitar de un periodo de tiempo considerable, ya que se debe conseguir el reconocimiento y conciencia de las costumbres y los patrones de movimiento de cada uno.
Quiet nace de una implicación continua con proyectos sociales en aldeas Árabes en Israel. Durante este periodo, conocí a una minoría a la que se le había obligado a olvidar sus orígenes, pero que constantemente resiste contra este olvido. El poder del arte ha permitido que la gente lleguen a un nuevo entendimiento de quienes son, y les ha acercado a ellos mismos y sus sueños. En este proceso descubrí una joven generación hambrientos de formación, comprometidos e inspirados. Creo que el movimiento (y no me refiero al movimiento que es ya codificado por normas sociales con su idioma de signos común, sino un movimiento que es personal y surge de un individuo) tiene la posibilidad de hacer un cambio. Cuando ocurre este momento, toda la información personal, emocional, social y política que se recoge en el proceso de trabajo se sintetiza en el cuerpo del intérprete. Sólo en este momento de experiencia verdadera, puede que el público, junto al intérprete sea movido.
Tuvimos el privilegio de representar Quiet delante de diversos públicos, en Israel y fuera, y organizar charlas después de las actuaciones. Estas conversiones, en las que intentamos comunicar detalles del proceso de trabajo complejo, siempre son un reto además de una inspiración.
Una respuesta en particular está grabada en mi mente, de una charla que tuvimos tras una actuación en Jerusalén. Uno de los alumnos, un judío ortodoxo, dijo que había muchos puntos durante la charla con los que estaba de acuerdo y otros que no. Pero añadió: “cuando os movíais, algo se movía en mí, y no sé lo que era”.
Quiet, 2010