La Curva. Israel Galván

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En 1924, Vicente Escudero presentó en el teatro La Courbe de París una experiencia singular.

En el que sería uno de sus espectáculos más atrevidos, mezclaba, bajo la advocación cubista, igual un número dedicado al Foot-ball que su famoso zapateado a imitación del ruido de una pirámide de sillas al desmoronarse sobre el suelo. En el número titulado La Courbe se anunciaba, con cierta picardía comercial, el baile de jazz con que al año acabaría triunfando Josephine Baker. Es un enigma qué bailaría Escudero, sólo sabemos por las descripciones que usaba una caja de banjo como cajón de resonancias.

Tras Tabula Rasa, un experimento con la sincronización temporal de la música en el que la triada flamenca tradicional de voz, instrumento y baile se presentaban por separado, Israel Galván quiere adentrarse ahora en otro espacio vacío. Hay una textura común entre el cante solitario y casi atonal de Inés Bacán y las cualidades tónicas del piano solo de Sylvie Courvoisier. Hay un punto de vibración, de vibrato, que identifica la voz primitiva con el piano de vanguardia.


Adentrarse sólo en ese espacio tensado, eso pretende evocar Israel Galván.

En solitario, cada una de estas dos mujeres –es importante que sean dos mujeres– hará tensar sus cuerdas para llenar el espacio de vibraciones. En algún punto quizás podremos escuchar la vieja caja de banjo que evocara Escudero. Como indicara Deleuze, cualquier espacio con vibraciones se hace curvo, se dobla, se pliega. Es en ese pliegue espacial que quiere bailar ahora Israel Galván.

Después de dejar vacío el encerado con Tabula Rasa, un verdadero ejercicio de borrado, punto de partida y comenzar de nuevo, ahora, en esa pizarra en blanco se empieza a trazar un sencillo dibujo: una curva. Con La curva quiere seguir replanteando de raíz su vocabulario flamenco, reescribiéndolo desde cero, en unas sesiones límites en la que poco a poco va despojándose, a la vista del público, de toda su sabiduría.

Pedro G. Romero