Belén Maya

 

Belén Maya García (Nueva York, 1966) comenzó siendo una bailaora de

vanguardia extrema, geométrica. Pero ha limado aristas para convertirse

en una de las mejores. No falta en su baile la prisa, la radicalidad que

deslumbró al mundo en Flamenco (1995), la película de Carlos Saura. No

falta el deseo ni la necesidad a flor de piel. No falta la franqueza ni la

seducción. No falta la ansiedad, la vanguardia como forma desesperada

contra el tiempo.

Pero Maya ha asumido sus orígenes. Bebe en la fuente de la bata de cola y

de la melodía sutil. No falta el riesgo, la valentía. Pero en su última etapa

hemos asistido a la transformación del trapecista suicida en equilibrista

sutil. Metamorfosis de madurez y de verdad. No falta en su baile el viejo

rigor del tiempo, el dolor de las horas, la desolación de las estaciones, la

línea quebrada en la palma de la mano contemporánea. No falta el éxtasis

alucinógeno de las fábricas y la violencia de los despertadores. No puede

faltar la sombría mirada de los que han visto el infierno, lo mejor del arte

del siglo XX. Pero tampoco renuncia la bailaora a los colores puros, a la

bata de cola vestida, usada como mujer de hoy.

Bata de cola cibernética que es a la vez una condena y la liberación de la

mujer contemporánea de la fábrica de montaje. La bata de cola es en el

arte de Belén Maya una oscura crisálida de la que renace, ávida de

sensaciones, la mujer flamenca de hoy.

Transparente y en equilibrio con la tradición. Rotunda y delicada. La bata

de cola ha sido en los últimos espectáculos de Belén Maya (Fuera de los

Límites, 2003; Dibujos, 2005, Souvenir y La Voz de su Amo en 2007; estos

dos últimos en coproducción con el Mercat de les Flors) el instrumento de

su metamorfosis, la huida hacia delante después de haber impuesto en las

enfurecidas tablas la delicada exquisitez del Flamenco de Cámara.

 

Del libro ‘Las Rutas del Flamenco en Andalucía Juan Vergillos

(Fundación Lara, 2006)